Había una vez un muchacho que creía en Dios y era feliz. Cuando salía a pasear por la playa, al lado de las huellas que dejaba en la arena, siempre veía otras. Eran las de Dios, que siempre lo acompañaba. Un día las cosas le empezaron a ir mal, le echaron del trabajo, su novia lo abandonó, perdió a su madre...y cuando volvió a la solitaria playa a pasear, descubrió que las huellas que le habían acompañado cuando era feliz ya no estaban, que Dios ya no caminaba a su lado y le reprochó el haberlo abandonado cuando más lo necesitaba. Entonces Dios habló y le susurró al oído algo que quiero que escuchéis con vuestro corazón:
“De ninguna manera yo a ti de dejé
en los momentos difíciles se ven solo dos pies.
Eran los míos, que yo a ti te llevé.
Entre mis brazos, jamás te abandoné”
“De ninguna manera yo a ti de dejé
en los momentos difíciles se ven solo dos pies.
Eran los míos, que yo a ti te llevé.
Entre mis brazos, jamás te abandoné”
...y, a veces, cuando has crecido y en el camino te has olvidado de la presencia de Dios, llega un día en q, sin saber muy bien por qué, te sorprendes echándolo de menos...
Aparte de ser bonito es ilustrativo...sacando en conclusión que hoy en día para mucha gente, entre las que se encuentra este anónimo, no deberíamos pagar un precio tan alto para creer en Dios...(pero si no sale de dentro de uno mismo).
Un salu2